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Capilla Mayor

  En el presbiterio se hallan las obras de mayor interés artístico de la Basílica. En primer lugar nos encontramos con el frontal del altar de plata dorada y tras él, el tabernáculo y el retablo mayor.



Frontal de altar de Nuestra Señora


  Forma parte de un conjunto de altar (frontal, cruz, seis blandones y seis ramilletes) realizado en plata y decorado con abundante rocalla y varios bajorrelieves. Todo ello, y especialmente el frontal del altar, es una excelente muestra de la orfebrería de Salamanca del siglo XVIII y está considerado como una de las mejores obras barrocas del momento. De 1.100 onzas de plata, fue realizado, al igual que las demás piezas por el platero Manuel García Crespo en su taller de Salamanca en el año 1748.

  El frontal, rectangular, está dividido en tres registros (el central, de doble tamaño que los laterales) por unos termes que con forma de ángeles sostienen sobre sus cabezas unas cestillas repletas de botellas, en clara alusión a la advocación del templo, y rematados por sendos escudos con las armas de los Flórez (tres flores de lis bien ordenadas) y Osorio (dos lobos desollados y puestos en palo). En el relieve central se representa a la Virgen de la Encina, de plata dorada, y sobre ella a San Benito, a la izquierda San Diego de Alcalá y a la derecha San José, en clara relación con la devoción particular de los donantes: Diego y su hermano José.

  Tal y como figura en una inscripción de la gualdrapa, situada debajo de las tarjetas de San José y San Diego, el frontal lo donó don Diego Flórez Osorio en el año 1748. Descendían los dos hermanos, don Diego y don José, de una de las familias nobiliarias más notables de la comarca, ya que eran nietos de los vizcondes de Quintanilla de Flórez. Tanto él como su hermano, don José, obispo de Orihuela y Cuenca, fueron los máximos benefactores de la Basílica. Don Diego, presbítero, donó además otras importantes piezas de orfebrería, al igual que don José, quien también regalaría dos florines de plata para el tabernáculo en 1711 (decorados con las armas del Colegio Mayor de Oviedo, una encina y la imagen de la Virgen de la Encina), una cruz de altar y distintos ornamentos y a alhajas, al margen de considerables rentas valoradas en más de 20.000 reales anuales.
 

El platero de Salamanca Manuel García Crespo (Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, 1979) realizó en 1748 este extraordinario frontal de altar, una de la mejores obras en su género del Setecientos, de clara estética rococó.



El presbítero don Diego Flórez Osorio financió el frontal de plata del altar Mayor. Está dividido en tres partes por unos termes con forma de ángeles: en la central se representa a la Virgen de la Encina y en las laterales a san Diego de Alcalá y san José con el Niño.



En 1617 el escultor Roque Fernández de Balboa se comprometió a fabricar un tabernáculo para la Iglesia Mayor con seis columnas..., y a hacer dos santos "que se han de poner en los nichos de los lados". Cuando dos décadas más tarde se contruya un nuevo retablo se mantendrá este tabernáculo de 1617.


 
Tabernáculo

  No pertenece al actual retablo ya que es anterior. Lo fabricó en el año 1617 el ensamblador natural de Fresnedo Roque Fernández Balboa, quien contó con la colaboración del escultor asturiano Antonio Ruiz. Está formado por “seis columnas en la parte delantera, dos a cada lado, y otras dos que reciben el postigo con sus entrecajas a los lados…”. En el relieve de la puerta se representa la Resurrección de Cristo y en los laterales dos imágenes exentas de San Diego y San Pantaleón, santos de la devoción del corregidor de la villa y del mayordomo de la iglesia de esos momentos. La pintura y dorado de todo conjunto correría cargo de Pedro Sarmiento, natural de Salas de los Barrios, quien pintaría todo el conjunto excepto las dos imágenes del bulto redondo, por fallecer antes de acabar su trabajo en 1629.

  Se trata de una obra de calidad, que no desmerece del retablo, que usa sabiamente el lenguaje manierista aprendido a través del retablo Mayor de Astorga y en el que sobresalen el uso rítmico de los frontones (triangulares y semicircular), sus columnas entorchadas con el tercio inferior tallado y, sobre todo, las dos esculturas exentas de san Diego y san Pantaleón.

Las tallas laterales del tabernáculo en honor a San Diego de Alcalá y san Pantaleón se justifican porque en el momento del contrato eran comitentes, en representación de la villa, don Diego y don Pantaleón, corregidor de la villa y mayordomo de la iglesia respectivamente.


Retablo Mayor

  Dedicado a la patrona de la villa y titular del templo, centra todo el interés del interior de la iglesia. Conserva la mayor parte de su obra original, a no ser la hornacina de la Virgen y los relieves de los hermanos Rivas Varela, de Santiago de Compostela, quienes tallaron en 1958 los cuatro relieves de la Anunciación, de los Desposorios, de la Visitación y de la Huida a Egipto que van sobre las hornacinas de San Pedro, San Pablo, San Felipe y Santiago el Menor, respectivamente.

  Se trata de un retablo octástilo, perfectamente adaptado a la planta ochavada del ábside y a la cabecera del templo. Consta de cinco calles, dos pisos y un ático. Las columnas corintias, pareadas en los extremos y simples en la separación de las calles, tiene su fuste entorchado. Presenta una de las máquinas barrocas, concretamente contrarreformista, más interesantes de la provincia, y aunque su tracista se muestra influido por el de la catedral de Plasencia, sin embargo no le son ajenas las influencias de algunos talleres de Trasmiera al igual que el tipo desarrollado por Becerra, con su estructura de líneas simples de influencia manierista. Todo el conjunto ofrece una extraordinaria unidad formal escenográfica en cuya composición equilibrada, clara y ordenada se produce una perfecta y armónica alternancia entre los relieves narrativos de las calles impares y las figuras de bulto redondo de las pares.

  El ensamblador local Mateo Flórez contrata su hechura en 1630 y finaliza su mazonería en abril de 1634. En su construcción también Intervendrán los maestros Santiago del Castillo y Juan de Cuentas, autores de las ocho columnas entorchadas, las cajas y cuadros laterales, y las ménsulas del primer cuerpo. En la ejecución de las esculturas se distinguen tres maestros: Mateo del Prado, Jácome del Prado y un tercero, de momento desconocido. El primero es autor del relieve de la Asunción de la Virgen (1638), de las esculturas exentas de San Pedro y San Felipe, y de la alegoría que está entre los evangelistas san Lucas y san Marcos; mientras que el segundo, Jácome del Prado, es responsable de las tallas de bulto redondo de Santiago el Menor y san Pablo, y de los relieves de la Misa de san Gregorio, de la Imposición de la casulla a San Ildefonso, de los cuatro evangelistas (1635) y de los entrepaños del banco. De autoría desconocida son los relieves restantes: el del Nacimiento de Cristo y el de la Circuncisión, así como los de los entrepaños del segundo banco, que representan a los Santos Padres de la Iglesia, y de varios de los relieves de los netos. La policromía y dorado es obra de un notable pintor local, Francisco Velázquez de Vaca, que lo pintó en 1641 en colaboración con Antonio Camargo.

  En su iconografía se imponen varias devociones de particulares, lo que nos habla de las dificultades de la villa para hacer frente a su construcción y de la importancia de los grupos dirigentes: clero, nobles y comerciantes. Así se explica y justifica la presencia de las esculturas sobre San Ildefonso, San Gregorio y San Felipe en el retablo, y las de San Diego y San Pantaleón en el tabernáculo, financiadas o donadas por Alonso de San Millán, Gregorio González de la Huerta, Felipe de Castro (rector), Diego García del Portillo (mayordomo de la iglesia) y don Pantaleón Ramírez de Guzmán (corregidor), respectivamente.
 

La presencia de este retablo barroco en la villa muestra el interés de sus autoridades y concejo por estar al día de las modas artísticas.



El retablo Mayor manifiesta una gran riqueza debido a sus relieves.



Uno los escultores que interviene en el retablo fue el gallego Mateo de Prado. Su estilo se manitene fiel a las enseñanzas de su gran maestro Gregorio Fernández.



Obras de Jácome de Prado destacan el estudio de los rostros, el realismo de los personajes, los mechones ondulantes de los cabellos, los pliegues gruesos.


  En la calle central del primer piso se encuentra la hornacina con la imagen de la patrona del templo: La Virgen de la Encina. Se trata de una escultura exenta de madera del primer tercio del siglo XVI, que mantiene su tez ennegrecida como consecuencia de la oxidación de la capa de plata que cubre la talla de madera, de ahí el cariñoso y popular nombre de “La Morenica”. Mide 88 cm y en su brazo sostiene el Niño Jesús, de formas delicadas y modelo suave. Tanto la hornacina como su trono son posteriores, del primer tercio del siglo XVIII. El platero de Valladolid J. Alvarez Cartabio realiza el trono y el ensamblador y escultor Diego Quintana, en 1721, los serafines de las columnas de la hornacina, que serían pintados por Francisco Arias, y seguramente las tres figuras alegóricas de su remate: la Fe, la Esperanza y la Caridad.

  Sobre esta hornacina, en la calle central del segundo piso, se encuentra el relieve de la Asunción de la Virgen. La escena se ofrece dividida en dos registros horizontales, en el inferior se personifica al Colegio Apostólico en torno al sepulcro vacío de la Virgen, composición de marcada isocefalia que consigue cierto dinamismo por la alternancia de distintos tipos de relieves y de figuras de bulto redondo (las que representan san Pedro, san Juan y Santiago el Mayor) y por la composición abierta y en aspa y, en el superior, la Asunción de la Virgen a los Cielos por ángeles músicos y cabezas aladas de serafines. Se aprecia la dependencia de este relieve de la Asunción del de la catedral de Plasencia, de Gregorio Fernández, no en vano fue su autor Martín Prado, el mejor discípulo de gran maestro gallego-castellano, aunque no dispone del movimiento y del juego de volúmenes de las del maestro, ya que, como señala Fernando Llamazares, el de Mateo de Prado mantiene una actitud más serena y calmada.

  Además del repertorio iconográfico reseñado hay que significar los relieves de los cuatro evangelistas (en el banco); los Padres de la Iglesia: san Jerónimo, san Gregorio, san Ambrosio y san Agustín (en el segundo banco); la Imposición de la casulla a san Ildefonso y la Misa de san Gregorio (en las calles laterales del primer piso); y la Circuncisión y el Nacimiento de Cristo (en los laterales del segundo piso). Y, finalmente, en el ático una pequeña talla del XVI del Crucificado, obra que debió pertenecer al retablo anterior, y dos relieves con las armas de la villa (sobre las calles de los extremos), entre troncos de pirámide embolados, de clara resonancia manierista.





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Frontal del Altar de Nuestra Señora de la Encina.
 
El platero salmantino Manuel García Crespo realizó el extraordinario frontal del altar (1748).
 
Imagen del actual tabernáculo, ahora modificado. En el relieve de la puerta se representa la Resurreción.
 
Retablo Mayor, obra del ensamblador local Mateo Flórez. Sigue el modelo de la Catedral de Plasencia.
 
Sobre el Retablo Mayor se encuentra el Relieve de la Asunción de la Virgen con el Colegio Apostólico (Mateo de Prado), y detalles del Nacimiento y la Presentación del Niño Jesús en el Templo.
 
En el Atico se puede observar una imagen de Cristo crucificado (siglo XVI),que debió pertenecer al retablo anterior. Y dos relieves con armas de la villa.
 
Imagen del Altar Mayor desde otra perspectiva, muestra el interés de las autoridades y concejo por estar al día de las modas artísticas del momento.
     
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